martes, 6 de noviembre de 2012

La curiosa historia del Tesoro del Carambolo

Tesoro del Carambolo (Tartessos)
Museo Arqueológico de Sevilla (Reproducción)
SS. VIII- VI a.c.


Una de las primeras manifestaciones culturales desarrolladas en la Península Ibérica es la correspondiente a la civilización de Tartessos. Siempre se ha visto la imagen de esta civilización bajo el aura de la leyenda y el mito, pareciendo más un país de fábula que una realidad histórica. Lo cierto es que hoy, avanzados considerablemente los estudios arqueológicos sobre el particular, sabemos que Tartessos fue en efecto una próspera civilización autóctona, localizada principalmente en el Bajo Guadalquivir, lugar de una enorme riqueza agrícola, ganadera y sobre todo minerometalúrgica, que dispuso además a través del propio río y de su desembocadura, de una vía de comunicación comercial privilegiada. Por todo ello no es de extrañar la prosperidad de este territorio y su fácil y rápido desarrollo cultural.
En una primera etapa Tartessos es fundamentalmente una civilización autóctona, cuyos orígenes tal vez se relacionen con la aparición todavía neblinosa de los llamados Pueblos del Mar, que en su dispersión podrían haber llegado a estos confines. De todas formas ese origen no está claro, y sí que podríamos relacionar el desarrollo original de este pueblo con la herencia de las culturas megalíticas del SE español. Esta primera fase, más independiente, podría fecharse aproximadamente entre el 1300 y el S. VIII a.c, y cuenta con un soporte cultural mítico en el que aparecen algunos reyes relacionados con la propia figura de Hércules, caso de Gerión, primer rey mitológico de Tartessos, aunque tal vez los más conocidos sean Gargoris y Habis, cuya leyenda establece los orígenes de la estructura económica y social de Tartessos.
A partir de ese momento se produce la llegada de los fenicios a las costas mediterráneas, que como es lógico contactan rápidamente con esta civilización, la más próspera de la Península, como lo harán también después los griegos. En este momento la influencia fenicia, las posibilidades que ofrece su comercio, su expansión internacional, su moneda y sus posibilidades técnicas más desarrolladas de explotación, otorgan a Tartessos su periodo de mayor esplendor y sin duda es esa etapa la que quedaría mitificada en la literatura por su florecimiento y riqueza. También los griegos arribaron a esta zona y comerciaron con intensidad durante su última etapa de esplendor, entre los siglos VII y VI a.c., aunque su ascediente sobre la cultura tartessica será menor que la fenicia. De esta fase es de la que habla Herodoto, el primer historiador que la cita, comentando su prosperidad, bien ilustrada en el nombre del rey, que según este mismo historiador fue el más importante de este pueblo, Argantonio, literalmente “hombre de plata”, nombre que vendría a sugerir esa riqueza legendaria de Tartessos.
Esta fase y la propia existencia de Tartesos duraría aproximadamente hasta el S. VI a.c, momento en que la propia decadencia de los fenicios a manos de los cartaginenses en el Mediterráneo, arrastró también la propia decadencia y crisis de Tartessos. Está claro por tanto que la civilización tartéssica como tal se relaciona principalmente con el predomino sobre la zona de la colinización fenicia. Lo prueba la cronología de los restos arqueológicos hallados, así como las representaciones religiosas que se han encontrado y que se vinculan a los cultos fenicios de sus dioses: Astarté, Baal, o Melkhart. No en balde una de las colonias fenicias más antigua y próspera, Gadir, Cádiz, se encontraría en los confines del enclave tartéssico.
Sus manifetaciones artísticas se concentran principalmente en este periodo de esplendor, en el que se advierte con mayor intensidad la influencia fenicia y en menor medida griega. Pero a pesar de ello es un arte con personalidad propia, cuyas mejores expresiones se encuentran en el campo de la orfebrería y la cerámica.
Ejemplo de la primera tenemos las joyas realmente magníficas encontradas en el Tesoro del Carambolo (Sevilla), que hoy comentamos, y de la segunda, piezas como el Jarro ritual de Valdegamas (Don Benito. Badajoz), o el Jarro del Museo Lázaro Galdiano (Madrid), de procedencia desconocida, y en este caso de influencia helenizante.
De todos ellos destaca especialmente el primero, el Tesoro del Carambolo, una de las muestras de orfebrería más ricas y completas de la arqueología española.
El Tesoro está formado por 21 piezas de oro (de 24 quilates) de carácter ritual y también algunos objetos de cerámica. Fueron encontradas de forma totalmente fortuita en 1958, en los alrededores de la Real Sociedad de Tiro de Pichón de Sevilla, en el municipio de Camas, apenas a 3 Km. de la capital. Fueron los trabajadores que participaban en las obras de ampliación del Tiro de Pichón los que encontraron las piezas de oro, que al principio consideraron meras imitaciones, por lo que se las repartieron entre ellos, deteriorando incluso alguna de ellas. Por fortuna, el hallazgo terminó haciéndose público y ante la envergadura del mismo se realizó un estudio arqueológico en consonancia y se recuperaron las alhajas que se habían quedado los obreros. El resultado final fue espectacular, por la riqueza del material empleado, oro puro, la perfecta técnica de orfebrería empleada y la variedad de piezas.
Al parecer están íntimamente ligadas al perodo de dominación fenicio y de hecho se pueden considerar parte del ajuar empeleado en el sacrificio de animales, en los rituales devocionales a los dioses fenicios Baal y Astarté, siendo lo más probable es que se utilizaran para colocarlos sobre estatuas rituales de animales, toros probablemente. De hecho en el lugar del hallazgo se descubrieron restos de un santuario fenicio en el que se han encontrado dependencias consagradas precisamente a los dos dioses anteriormente mencionados, así como una estatuilla de carácter votivo de la diosa Astarté.
Hay un repertorio muy concreto de objetos: 2 brazaletes, un maravilloso collar, 2 pectorales, y 16 placas, realizados todos según un proceso técnico que incluía el fundido a la cera perdida, el laminado, troquelado y soldado de las joyas, con engastados de turquesas y piedras semiprecisosas. Todo el conjunto es probable que fuera enterrado un depósito ritual de ofrendas, de ahí su afortunada localización arqueológica.
En palabras de profesor Juan de Mata Carriazo, primer estudioso del hallazgo: “Un tesoro digno de Aragantonio”, si bien también es cierto que el Tesoro del Carmabolo es más una muestra de arte fenicio que propiamente tartéssico.

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